Para que luego digan que los monstruos somos nosotros. Ya no le quedaban demasiadas fuerzas. Sentía que perdía hasta la esperanza y que el final estaba cercano. El ruido de la sierra mecánica en la habitación contigua le estaba volviendo totalmente loco. Pensó, por qué? Por qué he dedicado mi vida a esto? Una lágrima del mayor amargor recorrió su mejilla. Recordó, con enorme melancolía, el tiempo en que fue feliz y pudo haber decidido. Ahora ya era tarde, ya no había consuelo. Ni esperanza. Se abrió la puerta y notó como se le apagaba el alma y el corazón, si es que alguna vez los tuvo.
YO SOY. MI PATRIA.
Le estaban investigando y él pensó, “a mí, no es posible, no hay nadie más patriota que yo…”. El hecho de saberse de memoria las